Augusto Mustafá, que vive en el barrio de Belgrano y que tiene la mala fortuna -o la bendición, si es por el desenlace de esta historia- de tener seis hermanos.
Este año lo veremos mucho por Tucumán porque tiene la intención de traer su emprendimiento a la provincia.
Augusto estudiaba publicidad -no terminó- y estaba decidido a hacer su propio camino cayera quien cayera. Y, en octubre de 2012, con US$ 600 que tenía ahorrados, se dijo: "Voy a fabricar mis propios pantalones". Y así fue. Llevó a su abuela Mónica, la del ropero, un pantalón escocés que había traído de Forever 21, en Estados Unidos, y le pidió que hiciera un molde. Y luego fue paseando por los talleres de Once explicando a la gente qué clase de trabajo quería y, principalmente, explicándoles que no estaba loco. "Quiero hacer esto, pero no sé qué necesito", le dijo al primer tallerista. Augusto tomó nota y apuntó: tela, cordones, elásticos, ojalillos. "¿Oja qué?". "Por donde pasa el cordón", le explicaron. Y así, a cuentagotas, aprendió el oficio.
Su primera producción fueron 80 prendas. Y su primer local, por así decirlo, fue el living de la casa de sus padres en Belgrano. Tiraba los pantalones en los sillones y recibía clientes que tocaban el timbre de 17 a 19, a la salida del laburo. El boca en boca fue casi epidémico: en poco tiempo, le tocaban timbre hasta la medianoche. La gente pensaba que esa casa era un showroom hecho y derecho. Hasta que mamá María, que debía recibirlos día y noche -su hijo aún trabajaba con el padre-, puso el grito en el cielo. Y chau showroom. Augusto lo trasladó a un departamento en el mismo edificio de la oficina de su padre. Plantó un teléfono en la puerta y, cuando se acercaban clientes, lo mensajeaban y Augusto corría a atenderlos.
A mediados de 2013 conoce a Fermín Laborde, su futuro socio. Fermín le compra parte de la sociedad y con eso adquieren máquinas: collareta, cinturera, overlock. Y generan, para colocar las prendas, un tubo de cartón coleccionable con una letra de las ocho del nombre de su emprendimiento, que por poco me olvido de mencionarlo: Elepants.
Un año más tarde, inauguraron oficina propia en Córdoba y Callao. Contrataron diseñadora y durante tres meses, para pagar el salto, se quedaron sin cobrar, ellos los socios, un sope.
En 2015, inauguraron local propio en Recoleta. Y, ese mismo año, aunque no lo crea, llegaron al pico de ventas: 30.000 pantalones cada mes. Y facturaron $20 millones -10 veces más que en 2014-. Y, en 2016, escaló a $90 millones. Y, para este año, Augusto espera crecer un 20%.
Pero lo que más nos importa es que este año, piensa abrir en Tucumán una franquicia, aunque todavía es un misterio quien administrará la marca en nuestra provincia.