La fase II del programa de estabilización que arrancó en julio pasado ha venido cumpliendo con lo que el Gobierno esperaba de ella: la inflación perforó el piso del 3% mensual, la brecha se redujo a menos del 20% y el riesgo país quebró barreras impensables unos meses atrás.
Y no sólo eso, el BCRA volvió a comprar divisas y acumular reservas. Recordemos que cuando el ministro Caputo anunció el comienzo de dicha fase, había señalado que la fase del crecimiento vendría después. Pero incluso, en materia de actividad económica, también se dieron resultados positivos. Los índices de actividad que elabora el Indec, el que sigue la actividad económica agregada -el EMAE-, el que se ocupa de medir la producción industrial -EMI-, y el de la construcción -ISAC-, encontraron su piso hacia fines del segundo semestre. Y si bien se observa cierta volatilidad en las series desestacionalizadas (que son las que hay que usar para seguir el mes a mes de la actividad), hay consenso de que lo peor quedó atrás.
La gran dispersión sectorial que todavía subsiste enturbia la información que suministran los índices que son un promedio (de todos esos sectores), pero la percepción de que la actividad se está recuperando ha ido ganando terreno.
Ahora bien, existe el riesgo de que la narrativa oficial de éxito del programa económico, que en gran medida se apoya en cifras concretas, se vea desafiada por la publicación de un dato puntual que no cumpla con las expectativas. Por ejemplo, si la inflación de noviembre resulta algo superior a la de octubre, tal como lo sugieren varias estimaciones privadas (PriceStats 2.9%, EcoGo 3%, Fundación Libertad y Progreso 2.9%) ¿Significa que el programa económico ha perdido eficacia? O si un indicador de actividad económica muestra una contracción mensual, ¿deberíamos concluir que la recuperación se ha detenido? La respuesta es no.
Los datos económicos mensuales, aunque útiles para monitorear tendencias, son altamente sensibles a factores transitorios y coyunturales. En el caso de la inflación, pequeñas variaciones pueden deberse a ajustes estacionales (carne), a cambios en los precios regulados (tarifas) o incluso a la inercia de ajustes contractuales en ciertos sectores (alquileres, medicina prepaga). Para la actividad económica, factores como la volatilidad en la producción industrial, demoras en proyectos de inversión o efectos puntuales (como la devaluación del real brasileño) pueden generar altibajos que no necesariamente reflejan un cambio estructural en la tendencia general.
El verdadero desafío radica en evitar interpretaciones apresuradas que puedan desvirtuar la percepción sobre la dirección del programa. Esto es particularmente importante en un contexto como el actual, donde los logros alcanzados en términos de estabilización macroeconómica han requerido un esfuerzo significativo y, sobre todo, consistencia en la aplicación de políticas fiscales y monetarias restrictivas.
A nuestro entender, y más aún de cara a un año electoral, el Gobierno debería reforzar su comunicación para preparar a los ciudadanos y mercados ante posibles fluctuaciones en los datos económicos. Es clave que se entienda que el éxito del programa no se mide en un mes puntual, sino en la consolidación de tendencias de mediano plazo. Los pilares de la fase II, control de la inflación, acumulación de reservas y reducción de la brecha cambiaria, no son inmunes a la volatilidad, pero su sostenibilidad dependerá de mantener el rumbo más allá de cifras puntuales.
En última instancia, el objetivo debe ser: construir un marco de expectativas donde los inevitables altibajos de corto plazo no sean percibidos como señales de alarma, sino como parte de un proceso más amplio de estabilización y recuperación económica. Solo así será posible capitalizar los avances logrados y mantener la confianza en el programa de transformación económica en marcha.