El café argentino, hasta ahora casi invisible en el mercado global, comienza a tener nombre propio y Tucumán se ubica en el centro de esa transformación. Hoy la provincia cuenta con 23 hectáreas de plantaciones en Pedemonte, impulsadas por un convenio entre la empresa Cabrales y el Instituto de Desarrollo Productivo (IDEP). Las variedades en prueba —Geisha, Bourbon, Castillo y Pacamara— muestran un potencial que, según los primeros estudios, podría expandirse hasta las 8.000 hectáreas, generando un impacto productivo y económico inédito para el NOA.
Salta lidera por ahora con 35 hectáreas plantadas; le sigue Tucumán con 23 hectáreas que, según estimaciones tras las primeras pruebas organolépticas, podrían expandirse hasta 8.000 hectáreas en un proyecto de gran envergadura. A estas provincias se suman Corrientes, Jujuy y Misiones, con pequeñas plantaciones que prometen ampliarse próximamente. Además, se realizan ensayos en Catamarca, La Rioja, Córdoba y Entre Ríos, y algunos optimistas visualizan en este cultivo un futuro similar al que vivió la vid con el Malbec.
De acuerdo con especialistas, el café tucumano se perfila con acidez brillante y notas cítricas, características que podrían convertirlo en un producto de especialidad de alto valor agregado. Para los empresarios, este desarrollo abre oportunidades tanto en la exportación como en el turismo de experiencias, siguiendo el modelo del vino con el Malbec.
Aunque Argentina sigue importando más de US$ 200 millones anuales en café —principalmente de Brasil y Colombia—, Tucumán y el NOA avanzan en una agenda común: diversificar la producción, generar empleo y posicionar al café “Made in Argentina” como una nueva oportunidad económica para la región.