A la hora de apostar por un proyecto empresarial, los inversores son conscientes del riesgo que conlleva: la aventura no tiene por qué llegar a buen puerto y su éxito o fracaso dependen de un cúmulo de circunstancias entre las que se encuentran el potencial de la idea, el momento en el que se lleve a cabo, la aceptación por parte de los usuarios y, claro está, la financiación con la que cuente.
Sin embargo, los propios inversores también cometen errores, y no precisamente por invertir en la startup equivocada. Son muchos los casos de inversores que han aprendido una valiosa lección después de ver cómo uno de los proyectos que pasaron por sus manos (y en los que prefirieron no invertir) han pasado a convertirse en algunas de las empresas más importantes a día de hoy:
El desprecio a Facebook
“Chico, ¿no has oído hablar de Friendster? se acabó”. Esa fue la tajante respuesta con la que el inversor Jeremy Levine rechazó en el ya lejano 2004 a un joven e insistente estudiante de Harvard llamado Eduardo Saverin. Lo demás ya es historia: su proyecto, una red social poco conocida por entonces llamada Facebook, llegó a salir a bolsa con un valor de más de 100.000 millones de euros y el inversor no supo ver su potencial por culpa de Friendster, una red social nacida un par de años antes que murió llegando solo a los 8 millones de usuarios.
Uber, un negocio demasiado complejo
Años más tarde, en 2010, John Greathouse también cometió su particular metedura de pata al preferir no invertir en una de las startups más valoradas del mundo al día de hoy. Uber (valorada actualmente en más de 60.000 millones de euros) no contó con el apoyo del inversor ya que este consideraba demasiado complicado que el éxito del proyecto dependiera de la creación de dos mercados interconectados: uno de conductores y otro de pasajeros.
¿Una mala idea?
Airbnb no siempre fue el glamuroso y útil portal para encontrar alojamiento a golpe de economía colaborativa que es hoy. Cuando el inversor Fred Wilson conoció el proyecto en 2009, la startup se basaba simplemente en el uso de colchones de aire (AirBed & Breakfast fue el nombre original, de hecho) para alojar a huéspedes que pagaran por ello. Hoy, la empresa está valorada alrededor de los 30.000 millones de euros, pero por aquel entonces Wilson no vio la forma en que Airbnb podía ser una startup de éxito construida sobre colchones de aire. “Otros vieron el increíble equipo que yo también vi, pero los financiaron y el resto es historia”, explica hoy el inversor.
Demasiado caro
“No puedes cometer un error mayor”. Así resume el inversor Bill Gurley el que, probablemente, es el mayor fallo de su carrera profesional. Tuvo lugar en 2002, cuando tuvo la oportunidad de aportar su dinero para que el proyecto de Google creciera. Tal y como cuenta él mismo, por aquella época el buscador ya era utilizado de forma habitual por muchos y el modelo de negocio empezaba a estar claro. ¿Qué le frenó, entonces? “Creo que todo se redujo al precio, que en ese momento era notablemente alto”, recuerda.
Una oportunidad, al menos
El también inversor Chris Sacca, que ha financiado proyectos como Twitter, Uber, Instagram o Kickstarter, cuenta en su historial con un importante tropiezo llamado Snapchat. Tal y como reconoce el propio Sacca en su cuenta de Twitter, en su momento rechazó llegar a reunirse con los responsables de la red social. El motivo no fue otro que sus dudas respecto a la posibilidad de hacer negocio con una plataforma en la que sus usuarios comparten fotos íntimas. Ahora, la startup está en bolsa y su aventura sobre el parqué empezó con una valoración de más de U$S 20.000 millones.
Pon interés
Una década después de su nacimiento, Twitter parece estar inmersa en la eterna búsqueda de un comprador. Aunque no está pasando por su mejor época, la red social de los 140 caracteres aún tiene buenas noticias gracias a los deportes electrónicos y el streaming. En cualquier caso, su valoración superó los 10.000 millones de euros y también hubo quién rechazó invertir en el pajarito azul: David Pakman perdió en 2009 la posibilidad de financiar la compañía frente a otros fondos de inversión que pusieron algo más de interés. “No fuimos lo suficientemente agresivos para tratar de ganar el contrato”, se lamenta hoy.
No te precipites
No todos los fracasos pasan por rechazar invertir en una compañía. También hay casos en los que el fallo es deshacerse demasiado pronto de la propiedad de la startup en cuestión. El ejemplo perfecto lo representa Ron Wayne, el tercer cofundador de Apple. Nada más iniciar la andadura empresarial de la manzana mordida, Wayne se deshizo de su parte de la compañía por 800 dólares, algo más de 700 euros al cambio actual. Hoy, Apple vale en bolsa más de 700.000 millones de euros.
Ten las cuentas saneadas
Tener la posibilidad de apostar por un gran proyecto y perder la posibilidad de invertir en él por no tener el dinero suficiente tampoco es una buena noticia para un inversor. Es lo que le sucedió a Charlie O’Donnell, que podría haber invertido en Foursquare unos 5.000 dólares si no fuera porque estaba en bancarrota.
Que nadie te adelante
A veces, la competencia entre varios inversores puede hacerte perder una buena oportunidad. Le sucedió hace más de dos décadas al fondo de inversión OVP Venture Partners, que iba a invertir unos 2 millones de dólares (más de un millón y medio de euros al cambio actual) y que se quedó en la estacada cuando otro inversor llegó multiplicando por cuatro su oferta. La falta de reacción les dejó fuera del gigante dirigido por Bezos.
Tómate en serio los proyectos
“¿Sellos? ¿Monedas? ¿Cómics? Tienes que estar bromeando”. Esa incredulidad es la que mostró David Cowan cuando conoció el proyecto de eBay. Obviamente, rechazó invertir en la plataforma de comercio electrónico cuyas acciones valen en el momento de escribir estas líneas más de 30 euros cada una.