El respaldo de EE.UU. abre una tregua, pero la estabilidad requiere programa

(Por Luis Secco - economista y director de Perspectiv@s Económicas) Con el respaldo externo y el resultado de las urnas a la vista, el desafío a futuro pasa por realinear el tipo de cambio sin controles y anclar expectativas con metas y reglas públicas.

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El anuncio coordinado entre el Banco Central y el Tesoro de Estados Unidos abrió una ventana poco frecuente: por primera vez, Washington intervino para estabilizar el mercado de cambios argentino y puso a disposición un marco de swap por hasta US$ 20.000 millones. El objetivo es claro: evitar que una tensión preelectoral escale. Ese respaldo —sumado al programa con el FMI— alcanza para instalar una tregua. Pero una tregua no es un programa, y la diferencia se nota rápido cuando el mercado pregunta por reglas y secuencia.

En los próximos días se superponen tres planos: el resultado de las urnas, la forma concreta que adopte el apoyo norteamericano y la decisión de avanzar —o no— con un programa definitivo. La evidencia empírica muestra que la proactividad suele valerse por dos: ordena expectativas cuando todavía hay viento de cola y abarata las correcciones que, tarde o temprano, habrá que hacer.

Un eje central —y postergado— es salir de los controles de capitales. Mientras persistan, el régimen completo se percibe como transitorio: los agentes descuentan que habrá nuevas correcciones cuando el corset se afloje, y por eso prefieren cobertura antes que inversión. Se necesita, por lo tanto, una secuencia explícita de levantamiento de las restricciones que todavía pesan sobre las empresas, coordinada con el realineamiento del tipo de cambio.

¿Por qué hacerlo sin cepo? Porque la flotación —aun administrada— funciona mejor cuando el mercado sabe que el precio puede moverse sin que se dispare un cambio de reglas. Si el Gobierno comunica que no teme a flotar, que intervendrá bajo reglas y no para negar la realidad de los precios, la dinámica cambia: el tipo de cambio deja de ser un enigma político y vuelve a ser una variable económica. Eso reduce la apuesta a la “próxima devaluación”, baja la presión sobre los dólares financieros y facilita la acumulación de reservas —no por heroicidad oficial, sino porque el propio flujo privado se vuelve menos defensivo.

Además, el análisis y las perspectivas de sostenibilidad de una flotación en el marco de un respaldo externo excepcional. Pero si bien el respaldo es valioso per se, su potencia depende de la letra chica. Sin que se conozcan los montos definitivos, instrumentos, usos y gatillos, el “whatever it takes” se transforma en un buen titular que el mercado seguirá dispuesto a testear. La efectividad de los tuits del Secretario del Tesoro Norteamericano tiende a reducirse en el tiempo (y luce que son inversamente proporcionales a su contenido político). Con reglas claras —qué se opera, dónde, bajo qué límites, para qué objetivos— el respaldo se transformaría en ancla y se dejaría de operar esperando el próximo tuit. No se trata de prometer que el tipo de cambio no se moverá; al contrario: se trata de ordenar cómo se moverá, y en qué circunstancias habrá intervención.

Un programa creíble no necesita épica: necesita arquitectura. Primero, una política cambiaria nítida: flotar libremente o con una regla de intervención que desaliente las expectativas de ventas oficiales (ya sean del BCRA o del UST). Segundo, un marco monetario operativo con alguna meta explícita para el agregado monetario que se elija de ancla y una senda de tasas que estabilice la demanda de pesos; no es cosmética, es la bisagra entre alivio y desinflación sostenible. Tercero, una ruta de acumulación de reservas compatible con la cuenta externa y alineada con el uso del swap.

A eso se suma una estrategia de deuda que suavice picos en pesos y atienda la ventana dura en dólares de 2026 para reabrir gradualmente el acceso a mercado. Y, en paralelo, la eliminación o una salida pautada de los controles y restricciones aún vigentes para que el régimen deje de leerse como provisorio. La comunicación es parte del programa: menos autobombo y más tablero de control, con correcciones automáticas si las metas se desvían.

Las urnas podrán dar un poco más de tiempo o un poco menos. Pero, con o sin buen resultado, una nueva política cambiaria y monetaria llegarán igual. Cuanto antes más previsible será el tránsito.

En síntesis: el salvavidas ya cumple su rol, y es bienvenido. Lo que defina el próximo tramo no es cuánta agua sacamos hoy, sino si nos animamos a navegar con un mapa claro: tipo de cambio realineado, sin cepo y reglas de intervención que el mercado pueda entender. Ahí está la diferencia entre una tregua más y el comienzo de una estabilidad que deje de depender de una foto, una declaración en inglés o un tuit.

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