Un programa económico serio no es una lista de deseos ni un repertorio de parches: es una arquitectura de equilibrios. Cuando un gobierno ordena sólo una pieza y descuida el resto, lo que gana en el corto lo pierde en el mediano. De aquí a las elecciones —y sobre todo después— el desafío pasa por alinear los tres planos que sostienen cualquier estabilización: el económico, el político y el emocional (la forma de gobernar). El calendario acelera y la coyuntura aprieta, pero la brújula es la misma: sin equilibrios, no hay programa; sin programa, se hace difícil mantener un rumbo.
El equilibrio económico exige armonizar al menos tres subcomponentes. El primero es el fiscal y la solvencia del Banco Central: cuentas públicas que cierren sin atajos y una autoridad monetaria que no vuelva a financiar desequilibrios con emisión disfrazada y que lleve adelante una política monetaria clara, transparente y basada en reglas.
El segundo es el externo: una cuenta corriente sustentable y un tipo de cambio real que no desaliente exportaciones ni impida acumular reservas. Aquí están las tensiones más visibles: la venta de dólares del tesoro y las múltiples formas que adopta la intervención del BCRA en los mercados de divisas, convalida la percepción de un gobierno con tal miedo a flotar que es capaz de perder reservas escasas para defender un tipo de cambio desalineado. Pero como esa intervención tiene límites y no hace más que realimentar las expectativas de una corrección cambiaria cercana.
El tercero es el interno: actividad, empleo e ingresos reales capaces de sostener la demanda de pesos y, por esa vía, la propia estabilidad. Este plano sigue débil y eso también erosiona credibilidad. En síntesis: ordenar el fisco y “limpiar” el balance del BCRA fue necesario; volver compatible ese ancla con un tipo de cambio que permita sumar reservas y con una macro que deje de arrastrarse, es lo que viene.
El equilibrio político no exige unanimidades, pero sí construir apoyos reales y procedimientos previsibles. Sin una base legislativa mínima y sin vínculos trabajados con gobernadores e intendentes, los anclas macro se vuelven frágiles. Las últimas señales no ayudan: la renuncia de José Luis Espert a encabezar la lista de LLA en la provincia de Buenos Aires expuso ruidos internos en un momento en que la coalición necesitaba transmitir cohesión y método. Al mismo tiempo, el apoyo de Estados Unidos es extraordinario y potencialmente valioso, pero su lectura doméstica divide: una parte de la política y de la opinión pública lo mira con desconfianza; y en la región agrega fricción con aliados que no comparten el alineamiento. Todo esto importa porque un programa necesita leyes, presupuesto y tiempo, y eso se consigue con política organizada, no sólo con voluntad.
El equilibrio emocional remite al modo de ejercer el poder: empatía, capacidad de sumar, tolerancia al disenso y equipos que aconsejen sin miedo a disentir. Gobernar a los gritos puede tener rating; estabilizar requiere otra música. En este plano, la puesta en escena reciente en el Movistar Arena fue sintomática: más show que método, más épica que hoja de ruta. Es una señal de desconexión que, lejos de mejorar las chances electorales, siembra dudas sobre la capacidad de diseñar y sostener un programa más serio.
¿Cuándo lanzar el nuevo programa?
La respuesta fácil es “después de octubre”. La correcta es empezar ahora, con lo que no admite demora, y consolidar después lo que requiere respaldo político pleno. Lo primero es un arreglo cambiario que atenúe la expectativa de más ventas de reservas; segundo, una senda de tasas que corte la carrera hacia los dólares financieros sin asfixiar; y, tercero, una comunicación menos centrada en la épica y el auto elogio y más dirigida a explicar qué se está haciendo y para qué. Después de las elecciones, con el resultado puesto y —si ocurre— con apoyo externo en formato contrato, deberá llegar el programa definitivo: reglas cambiarias y monetarias compatibles con acumulación de reservas, una política monetaria desacoplada del financiamiento del Tesoro, una curva en pesos reconstruida con menos capitalización de intereses y un sendero fiscal verosímil y estable. No es el rótulo lo que importa sino la secuencia y la consistencia.
La coyuntura, con su desfile de renuncias, shows y rumores, empuja a la ansiedad. Pero la salida no es ni la parálisis ni el salto al vacío. Es la arquitectura de equilibrios: económico para que los números cierren sin forzar el resto, político para que las reglas vivan más que un viernes, emocional para que el poder construya, no sólo confronte. Si eso ocurre habrá razones para creer que esta vez sí es diferente. Si no ocurre, volveremos a la rueda conocida: promesas, anuncios, correcciones parciales y a destiempo. Y la Argentina ya pagó demasiadas veces el costo de dar vueltas en círculo.
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