El pasado fin de semana una jovencita muy brillante, casi a modo de ataque a mi ego, me educaba sobre cuestiones humanistas y laborales, ella me ilustró sobre los desatinos sindicales que consideraban que si un empleado era contratado por una empresa, ese trabajador debía permanecer allí indistintamente si la compañía requería o no sus servicios. De inmediato, me vino a la cabeza la frase de James Carville, el asesor del demócrata Bill Clinton en la exitosa campaña de 1992: “Es la economía, estúpido”.
Ayer por la mañana me desperté con la novedad de que la aceitera Cargill, que desde hace dos semanas viene ofreciendo retiros voluntarios a sus empleados, decidió prescindir de 40 trabajadores por la necesidad de cambiar algunos perfiles y “adaptarlos a las necesidades del negocio”, en casi cualquier lugar del mundo, la razón sonaría sobrado lógica. En nuestro país desató una huelga aceitera por tiempo indeterminado.
“Cargill se encuentra comprometido en un proceso de transformación de las operaciones de las plantas de molienda de soja y puertos en Argentina. Dicho proceso involucra el reemplazo de determinados perfiles con el objetivo de adaptarlos a las nuevas necesidades del negocio, en un entorno cada vez más exigente y desafiante”, explica el comunicado para dejar claro que los empleados que contrató hace una década no responden a los desafíos que hoy impone el mercado. La falta de actualización de conocimientos, los cambios en los métodos de producción, entre otros motivos, obligan a las empresas a tomar decisiones de este tipo, pagando las correspondientes indemnizaciones establecidas por ley.
Los despidos comenzaron a hacer circular distintas versiones, tales como que la empresa pensaba tercerizar algunas tareas, lo que escandalizó a ciertos sectores políticos y sindicales. Como si tercerizar servicios fuera algo que va en contra de los principios básicos de las leyes laborales. Sólo a modo de explicación, diremos que cuando una empresa contrata empleados con el método de la tercerización, esos empleados están en blanco contratados por otra compañía que es la que presta los servicios, no son esclavos que Cargill, o quien sea, tiene encerrados en un sótano y sólo los deja salir cada vez que despide trabajadores.
Pero, para disipar cualquier duda, la aceitera aclaró: “El proceso que se inició con un plan de retiro acordado a principios de mes, en nuestras plantas de Santa Fe y Bahía Blanca. Continúa ahora con la desvinculación de un grupo limitado de empleados, los cuales fueron notificados, de sectores operativos de dichas plantas. Las posiciones serán reemplazadas con nuevo personal contratado como empleados de Cargill en cada una de las zonas y en las mismas condiciones de contratación actuales”.
Tal vez sea momento de empezar a entender que las necesidades empresariales cambian. Por eso un trabajador tiene la obligación de capacitarse constantemente en pos de mantener su puesto de trabajo o conseguir uno mejor ante otra oferta o un eventual despido. A los que quieren sacar un rédito político de una situación tan dolorosa como una cesantía o a quienes no entienden el devenir comercial no les cabe otra explicación que el enunciado de Carville: “Es la economía, estúpido”.
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