El peso fuerte y sus efectos: auge del turismo exterior y caída de la competitividad

(Por Luis Secco - economista y director de Perspectiv@s Económicas) El tipo de cambio real apreciado está impulsando el turismo emisivo y afectando al receptivo en Argentina. Aunque brinda estabilidad en el corto plazo, puede generar desequilibrios en la balanza comercial y la industria. ¿Cuáles son las consecuencias económicas de esta política cambiaria?

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El verano argentino de 2025 se está convirtiendo en un reflejo perfecto de las dinámicas económicas impuestas por un tipo de cambio real apreciado. Según las crónicas periodísticas diarias, miles de argentinos están optando por vacacionar en países vecinos como Brasil, Uruguay y Chile, atraídos por precios que resultan significativamente más competitivos que los ofrecidos en destinos locales. Por otro lado, los destinos turísticos tradicionales en Argentina, como la Patagonia, están registrando una temporada baja, con un notable descenso en el turismo receptivo. 

Con datos oficiales a noviembre de 2024, el turismo receptivo mostró una caída de -39.5% (-27.6% en los primeros once meses del año) mientras que el turismo omisivo aumentó 102.3% (38% en los primeros once meses). Este fenómeno, especialmente visible en el sector turístico, es un síntoma de un problema macroeconómico más amplio: las distorsiones que genera una moneda fuerte en la economía.

Un tipo de cambio real apreciado ocurre cuando, en términos relativos, la moneda local adquiere un mayor poder adquisitivo frente a otras divisas, independientemente de la inflación interna. Esto puede resultar de un ancla cambiaria, controles de capitales o políticas de intervención activa en el mercado de divisas, como el crawling peg del 2% mensual adoptado por el Banco Central en Argentina.

En una economía con una moneda apreciada, los sectores transables —aquellos que compiten en mercados internacionales, como el turismo, las exportaciones agrícolas e industriales— sufren una pérdida de competitividad. Al mismo tiempo, los sectores no transables, que incluyen bienes y servicios que no son objeto de comercio exterior (como construcción, comercio minorista y servicios locales), pueden experimentar un auge artificial debido al aumento del poder adquisitivo interno. Sin embargo, la evidencia empírica muestra que este desequilibrio tiende a ser insostenible y a corregirse con ajustes bruscos.

El turismo es uno de los sectores más sensibles al tipo de cambio. En contextos de apreciación real, los destinos internacionales se vuelven más accesibles para los residentes locales, mientras que los turistas extranjeros perciben al país como caro. Este doble golpe afecta tanto al turismo emisivo como al receptivo.

En episodios previos, como durante los primeros años de la década del ´80 como durante la convertibilidad, Argentina experimentó una dinámica similar. Y el turismo fue sólo la punta del iceberg. En un contexto de tipo de cambio apreciado, toda la economía se ve afectada:

  • Exportaciones en declive: Los productos locales se encarecen en mercados internacionales, lo que reduce las exportaciones y genera déficits en la balanza comercial. Sectores como la agroindustria, la manufactura exportadora y la minería ven reducida su rentabilidad.
  • Industria local bajo presión: Los bienes importados se abaratan, lo que beneficia al consumidor a corto plazo, pero complica a los productores locales que compiten con esas importaciones.
  • Aumento de la dependencia externa: La apreciación del tipo de cambio tiende a fomentar el endeudamiento externo para financiar el déficit comercial y fiscal, lo que aumenta la vulnerabilidad económica.
  • Distorsiones sectoriales: Los sectores no transables pueden experimentar un auge temporal, pero su crecimiento se basa en condiciones artificiales que desaparecen cuando se corrige la política cambiaria.

¿Qué esperar en el corto y mediano plazo?

En el corto plazo, la apreciación del peso podría generar algunos beneficios, como una inflación más controlada y un consumo interno robusto. Sin embargo, estas ventajas son transitorias y vienen acompañadas de costos crecientes para los sectores productivos.

En el mediano plazo, si no se corrige la política cambiaria, el deterioro de la competitividad podría desencadenar tensiones en la balanza de pagos, pérdida de reservas internacionales y la necesidad de un ajuste abrupto del tipo de cambio.  

Está claro que la situación de Argentina hoy no es la misma que en otros episodios previos de apreciación real del peso, el equilibrio fiscal y las políticas de desregulación y reforma microeconómica podrían permitir que la economía pueda convivir con una moneda más apreciada sin generar desequilibrios externos infinanciables. Pero, no se pueden pasar por alto dos cuestiones claves: primero, que la moneda apreciada es hoy una decisión de política económica y no el resultado de las decisiones y expectativas de los individuos  en ausencia de intervención de las autoridades económicas (por cuanto el BCRA interviene en todos los mercados cambiarios); segundo, que todavía estamos en el camino de ida hacia una Argentina más productiva y que todavía falta avanzar en cuestiones estructurales claves como la tributaria, la laboral, la previsional y la de las relaciones fiscales laborales tanto para solidificar el equilibrio fiscal como para reformar de manera estructural una economía archiregulada y poco competitiva.

Para concluir, el turismo, como sector emblemático de los efectos de un tipo de cambio apreciado, es un recordatorio de las vulnerabilidades que enfrenta la economía argentina. Si bien el ancla cambiaria ha sido útil para controlar la inflación, sus costos sobre la competitividad y el empleo no pueden ser ignorados. La historia económica de Argentina y de otros países enseña que los tipos de cambio artificialmente fuertes son insostenibles y que las políticas económicas deben buscar un equilibrio entre estabilidad macroeconómica y competitividad estructural. Solo así será posible evitar los ciclos de auge y caída que han marcado la economía nacional.

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