El aumento unilateral de aranceles a las importaciones anunciado por el presidente Donald Trump el 1 de abril de 2025 ha desatado una guerra comercial que no muestra señales de reversión. La cascada de retaliaciones, con China imponiendo un 34% adicional a bienes estadounidenses y la Unión Europea preparando contramedidas, ha sumido a los mercados globales en una incertidumbre que en algunos momentos roza la paranoia. Wall Street registró caídas de hasta un 10% en la última semana, el riesgo país argentino rozó los 900 puntos básicos y los precios de algunas materias primas, como el petróleo, se derrumbaron.
A diferencia de las crisis de 2001 (atentado a las Torres Gemelas), 2008 (crisis de las hipotecas subprime) o 2020 (COVID-19), la respuesta de política económica actual no está clara, y eso agrava el panorama.
Lo que distingue este episodio es su origen: no es un shock externo imprevisto, sino una consecuencia directa de la política económica estadounidense. En 2008, el G20 coordinó estímulos fiscales y monetarios; en 2020, los bancos centrales inundaron los mercados con liquidez mientras que los gobiernos realizaban expansiones fiscales pocas veces vistas. Hoy, la falta de coordinación global es evidente. Si bien más de 50 países que habrían expresado voluntad de negociar (Japón, Corea del Sur y Vietnam a la cabeza), China y la Unión Europea adoptan posturas más rígidas. Beijing escaló su retaliación, y Bruselas, aunque abierta a un acuerdo “cero por cero”, prepara tarifas del 25% a bienes estadounidenses. Esto sugiere un mundo fragmentado, lejos por ahora de una solución consensuada.
Algunos analistas y líderes, incluidos aliados de Trump como el senador Ted Cruz, sostienen que esta ofensiva arancelaria es una estrategia deliberada para forzar negociaciones y reducir barreras comerciales globales. Sin embargo, los mensajes de la Casa Blanca y del propio Trump en redes sociales (“Mis políticas no cambiarán”) no insinúan flexibilidad. Esta contradicción entre la supuesta intención negociadora y la postura intransigente alimenta la incertidumbre, cuya duración es tan impredecible como su impacto. Además, las represalias de algunos países hacen más difícil que el gobierno norteamericano desande el camino, por cuanto ello podría verse como señal de debilidad.
En este marco, Argentina enfrenta un doble desafío. La aversión al riesgo global golpea la cotización de sus activos financieros, mientras la necesidad de dólares se intensifica. Con el riesgo país de nuevo en el entorno de los 1000 puntos básicos, la posibilidad de acceder al mercado voluntario de colocaciones soberanas se aleja cada vez más, dejando al país más dependiente de sus reservas y de financiamiento externo como el del FMI. Ambas cuestiones, la presión sobre las divisas y el cierre de los mercados de deuda, están íntimamente relacionadas y agravan la vulnerabilidad local.
El gobierno liderado por Javier Milei y Luis Caputo, ha anunciado un cambio en el régimen cambiario de la mano del acuerdo con el FMI. Sin embargo, con reservas netas negativas en unos US$ 8000 millones y una pérdida de US$ 3100 millones solo en marzo, el margen de maniobra es escaso. Además, la demora en concretar estos anuncios puede resultar muy costosa: en un contexto de mayor disrupción global, cabe preguntarse si lo que se acordó sigue siendo viable o si la efectividad del anuncio será la misma tras tantas demoras. La falta de definiciones no hace más que alimentar la percepción de fragilidad y erosionar la confianza en un momento donde cada hora cuenta.
La disyuntiva entre fijar el tipo de cambio o dejarlo flotar debe zanjar con urgencia. Una convertibilidad exigiría un nivel de tipo de cambio competitivo, reservas robustas y credibilidad, tres elementos hoy en duda. Una flotación, aunque más flexible frente a shocks externos como éste implicaría renunciar al ancla nominal de un tipo de cambio fijo o cuasi-fijo (como el actual), lo que podría avivar la inflación si no se gestiona con precisión.
Como bien sabemos, ya que lo hemos experimentado en muchas ocasiones, no hay un régimen cambiario que erradique todas las dudas o satisfaga todas las pretensiones. Pero cuanto más se prolongue la tormenta global, más contundentes deberán ser las medidas locales tanto para contrarrestar como para aumentar las chances de que resulten efectivas. La historia enseña que la incertidumbre prolongada y la falta de definiciones castiga más que las crisis definidas, para Argentina el reloj corre más rápido que para otros países y el tic-tac se acelera día tras día.
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